Daiana Henderson y Pablo Fidalgo en el taller |
PH Archivo CCRF
Ya corrieron todas las cortinas. Ya no entra luz ni ruido desde el exterior. La sala está prácticamente a oscuras, si no fuera por la pantalla de la notebook de Pablo que nos arroja algo de luz. El fondo de escritorio: una fotografía antigua en blanco y negro de una pareja con una bicicleta muy antigua también delante de ellos. Son las tres de la tarde y estamos en la Sala B “Irma Peirano” del Fontanarrosa, en el taller que dicta Pablo Fidalgo: “Reescribir la historia desde el poema”.
Afuera, el
sol de la siesta pega en los anchos escalones de la entrada e invita a la gente
del Festival a abrir sus libros recién comprados en la feria de editoriales,
entre familias y chicos que, instalados, toman mate. Adentro ya se desarmó la
ronda de sillas y ahora miramos todos hacia la pared sobre la cual se va a
proyectar una película que nos trajo Pablo.
La puerta de
la sala se abre y entra un poco de luz de afuera, en forma de “L”. Es una chica
que llega tarde. Entre nosotros, dos mujeres de más de setenta toman la
iniciativa y la reciben con cariño, como si se tratara de su propia casa.
—Bienvenida…
¿Cómo te llamás?
Después le
ofrecen una silla. Una de ellas apoya suave la mano en la madera del asiento, invitándola,
mientras le señala una escritura en su cuaderno: “Pablo Fidalgo Lareo. Taller:
Reescribir la historia desde el poema”.
La obra de
este poeta vigués es una búsqueda que parte de su historia familiar, atravesada
por el terror de la Guerra Civil Española y la posterior dictadura franquista,
para cercarse a sí mismo. Lo que vamos a ver en pantalla es un video de
veinticinco minutos hecho con imágenes en súper8 grabadas por el abuelo de
Pablo desde los años 50 hasta los 80, que forma parte de “O estado salvaxe.
Espanha 1939”, una performance que reescribe la historia de su familia, y al
mismo tiempo, la historia de España desde la guerra civil hasta nuestros días.
—Lo que hay ahí
son dos relatos—dice Pablo—:el relato de mi abuelo que es de una familia
republicana pero burguesa y por eso pudo comprarse una cámara, y la historia de
mi abuela que es una chica de pueblo que se va antes de la guerra a la ciudad,
a Vigo, y pierde su lengua materna, el gallego.
Ahora hablan
las imágenes. Viento y mar. Chicos que juegan en la playa. Una familia
aparentemente de vacaciones. Una mujer
de anchos hombros, pelo recogido con rigurosidad, pómulos grandes y aros de
perlas aparece en casi todas las imágenes. Pero es el viento del mar, que
golpea, que casi desviste y despeina el que impera.
Mientras
alguien prende la luz después de que acaba el video, Pablo aclara:
—Mi abuelo tenía
muchas fijaciones, en realidad se compró la cámara para filmarla a ella…
Entonces comienza
a contar su experiencia de reconstrucción de la historia familiar, sus
interminables charlas con su abuela. Una de las dos mujeres de setenta, de
repente, lo interrumpe.
—Yo volvería
al principio—dice la mujer, y parece que en ese acto se le hubiesen coloreado más
los párpados, casi fucsias—, cómo revivir la historia desde el poema—comprobando
en su cuadernito el título del taller—cómo trasmitir o cómo volcar al poema
cada uno, o su historia personal o su historia… nacional o del barrio, o del
lugar. Cómo hacer para transmitirlo, como vencer… o con qué armas, o cómo o cómo,
cómo poder, porque ya hablamos tanto de las revueltas…
—En la gente
de mi edad en España, a pesar de que estamos sufriendo la economía, la crisis, está
esa sensación de que no vivimos nada real, de que no sufrimos nada real. Yo vengo
acá, y no sé cómo lo viven ustedes, pero yo siento que la vida es más verdadera,
las calles, todo—cuando Pablo habla deja entrever sus dientes chicos y
separados de infante— Sabemos que en
Europa es muy difícil que pase nada. A nivel social, a nivel político es un
continente en decadencia. El paisaje es el paisaje de la decadencia y de un
lugar en el que ya fue. Es como que
me da un poco de escalofrío, pero esa sensación yo la tengo.
—Pero las herramientas, está pidiendo…..—dice la segunda mujer, de
pelo un poco más largo, casi a los hombros, recordando la pregunta inicial de
su compañera, mientras nos mira a todos, de nuevo en ronda, como buscando aprobación.
—Enséñanos
a nosotros—apela la primera mujer, de ojos pintados, remedando el gallego de
Pablo.
—Bueno, yo
creo que se trata de encarnar, que la historia se haga cuerpo. Decía Valente,
un poeta español, que sólo se llega a ser escritor cuando se empieza a tener
una relación carnal con las palabras. Yo entiendo que explicar por ahí es
siempre un poco regular porque es siempre un territorio de lo abstracto, pero
yo siento así la escritura de la poesía.
Cuando nos
estamos yendo, y empezamos a abrir las cortinas, la primera mujer aprovecha para
repartir sus poemas, impresos en una hoja A4, horizontal y plegada en tres. En
uno de ellos, titulado “Otra música”, se lee:
Cuitas de antaño
deambulan en mi interior.
¿Cómo plasmarlo en el papel?
Es claro, como
decía en el video el abuelo de Pablo, Manuel Lareo Costas: se trata de trasformar,
desbordar, transgredir, saborear la palabra en la boca hasta que se convierte
en verdad.
Foto: Editorial Municipal de Rosario
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