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sábado, 28 de septiembre de 2013

Barroco y neobarroco, por Héctor Piccoli


Fotografía de Guillermo Borella.

Palabras de Héctor Piccoli en torno al barroco histórico y el neobarroco extraídas de una entrevista hecha por Osvado Aguirre para Bazar americano:
 "Estoy convencido de que hay errores básicos, generalizados, en el tratamiento del tema. Se habla mucho de neobarroco, de barroco americano, de esto y aquello, pero se desconocen y se confunden las leyes básicas de producción de sentido del barroco histórico. Gran parte de lo que se llama neobarroco no solamente no tiene que ver con el barroco, sino que está en abierta contradicción con los principios básicos de funcionamiento de la economía significante del barroco (histórico). Te puedo dar un par de ejemplos (que repito siempre en las clases): 1) el barroco histórico nunca transgrede el límite de la gramaticalidad; puede complicar la sintaxis, torsionarla hasta un límite impensable (como en Góngora), pero siempre vas a tener la posibilidad de re-estructurarla. No hay agramaticalidad, no hay anacoluto, cosa que hay en gran parte de la poesía llamada neobarroca o ‹neobarrosa›… Éste es un rasgo de gran importancia, porque involucra la entera cosmovisión del barroco: sería impensable que el barroco pudiera transgredir la gramaticalidad; tal cosa implicaría romper el orden del mundo, de ese mundus symbolicus, un mundo ordenado, un sistema de correspondencias. Sería como pensar que hubiera una frase musical de Bach que estuviera ‹suelta› de la composición, o que desafinara. Es imposible, no entra en la concepción del mundo barroca; 2) el barroco no procede sólo por mera acumulación (operada, por supuesto, como un rasgo más, por ciertas figuras, por ciertos recursos sintáctico-retóricos), sino más bien por hiperestructuración, por sobredeterminación de los elementos en juego… Y así sucesivamente.
Por otra parte, estoy convencido de que el barroco tiene mucho que decir a nuestra contemporaneidad, por paradójico que parezca, mucho más que más de un ‹-ismo› de décadas atrás.
–¿Por qué?
–Por lo arquitectónico de su visión, por lo matematizante, por el componente constructivista del barroco histórico. Eso es absolutamente congenial con el modo de producción (y de creación) de la sociedad contemporánea, aunque explícitamente reneguemos de ello. Hay división del trabajo, hay matematización, hay cálculo, todo está signado por el cálculo. Ése es el verdadero signo de la época. (Y yo estoy antes del posmodernismo.) De ese signo se desprende el imperativo de contemporaneidad, al que el arte ha, por cierto no de un modo mécanico, de responder. El arte tiene que responder a su época, si no, no es genuino. El problema radica en saber leer los signos genuinos de la época, en no equivocarse. Cuando hablo de una mirada al barroco no pienso en imitar al barroco histórico: eso sería absurdo y absolutamente imbécil; pienso en tomar el pasado para aprovecharlo en el presente. Esa época tan alejada de nosotros, con la que median tantos siglos, de condiciones socio-históricas tan disímiles (la sociedad de la contrarreforma, en el caso del barroco meridional, ¿no?); que con semejante desfasaje pueda haber coincidencias, es un hecho que no nos soprende en la historia del arte ni en la historia de las ideas. Ya el marximo clásico trató el tema del desfasaje de la ‹superestructura›, en relación a la persistencia de nuestro gusto por el arte griego o la validez de pautas del derecho romano… Como te decía, el problema radica en no creer que los rasgos distintivos de la contemporaneidad están en la Coca Cola o en la última pavada que hacen circular los medios (...)"


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