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martes, 17 de septiembre de 2013

Diana Bellessi: "Sólo escribo de lo que toco"

Entre las invitadas nacionales de esta vigésima primera edición del Festival está la poeta Diana Bellessi, acaso una de las voces más importantes de la poesía argentina contemporánea. Nacida en Zavalla en 1946, Bellessi construyó su obra con sus libros de poemas pero también con viajes, como el que hizo entre 1969 y 1975, en el que recorrió a pie el continente: También coordinó talleres de escritura en las cárceles de Buenos Aires. Sus libros de 1981 a 2009 están reunidos en Tener lo que se tiene (más de mil páginas de poesía reunida, publicado por Adriana Hidalgo). El año pasado se publicaron sus ensayos (La pequeña voz del mundo) y este año la editorial Municipal de Rosario publicó su crónica Zavalla, con Z. Obtuvo la beca Guggenheim (1993), la de la Fundación Antorchas (1996), entre otras distinciones que incluyen la declaración Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires (2010) y el Premio Nacional de Poesía (2011).

Diana Bellessi en la mesa de cierre del XX FIPR. Foto de Willy Donzelli.

El año pasado, desde Buenos Aires, Diana Bellessi respondió unas breves preguntas que le hicimos por correo electrónico.
—¿Cómo evaluás tu paso por el Festival en este tiempo?
—Es la cuarta vez que me invitan al Festival de Poesía de Rosario, el más importante del país, y siempre he tenido por él gran valoración y cariño. Ver las salas repletas de gente escuchando leer a los poetas en vivo, o escuchando sus charlas y reportajes, interviniendo en ellos, produce emoción y tensión; emoción por reconocer a la poesía como un género mucho más popular de lo que habitualmente se le concede, y tensión que acompaña el estar atenta a lo que oigo de poetas muy conocidos y de otros, muy jóvenes, a los que descubro con asombro por primera vez. Un lugar donde se disfruta y se aprende, donde se discuten temas generales y específicos, tanto con el micrófono en la mano como en los pasillos y bares de la ciudad que se imantan con argentinos, latinoamericanos y de cualquier otro lugar del mundo. Para ver a los amigos y hacerse de otros nuevos, para encontrarse de manera espontánea y dulce con la opinión de los lectores. Ojalá llegue a los cien años el Festival de Poesía de Rosario… 
—En La pequeña voz del mundo señalás la inquietud que aún te producen los poetas de los 90 ¿Qué cambios notás en la poesía de estos años?
—Nunca me produjo inquietud la poesía de los noventa, o sí, si llamamos inquietud al asombro y al interés que me suscitó. Bravura es la palabra, así salió a la calle en el formato de las pequeñas ediciones de poesía y luego en internet, atolondradamente como diría Cucurto, y repensando la tradición. Esto ha sido importantísimo para la buena salud del género y ha dado grandes poetas, empujando el trabajo de varias generaciones. Celebro, además, la limpieza lírica que produjo. ¿Y qué quiero decir con esto? Quiero decir que la sucia calle entró en ella, que lo que habitualmente no se escribe entró en ella, haciéndola la voz del desprolijo mundo por fin, donde la intimidad del yo que la enuncia no puede engolarse, y no es una, son muchas voces hablando, en un susurro o en un carajo que se tejen entre sí intermitentemente, como lo hace la voz humana, llena de odio y de amor al mismo tiempo. 
—A propósito de tu título de ciudadana ilustre de Buenos Aires, ¿cómo vinculás esas cosas tan públicas con la labor tan íntima, delicada, de tu poesía?
—Si tengo presente las cosas públicas, las tomo mal; hacen ruido y no me dejan escribir ni leer tranquila. Pero la mayor parte del tiempo no las tengo presentes, y me voy durante meses a mi islita del delta del Paraná, que me cura de todo mientras hablo sólo con mi amigo el Tata, o con mi perra, o con los yuyos y pajaritos. Le digo no a muchas cosas, por suerte, y en el vacío de la mente estalla aquello que para mí es importante, con una caricia o un rebencazo. Me siento agradecida, sin embargo, por el cariño de la gente, y una lectura en San Nicolás o en Tucumán, por ejemplo, valen más para mí que las invitaciones internacionales a las que, muchas veces, les digo no. 
—¿Cómo elaborás ese vínculo entre experiencia y escritura en tu obra?
—Sólo escribo de lo que toco, aunque lo que toque, a veces, sean las líneas de un libro que he estado leyendo, o un pensamiento propio o ajeno. De aquello que te suscita escribís, y eso sólo es posible viviendo, agarrándote de las aguas fuertes de la vida, o de lo que escuchás de ella, tan sordos como somos.
—¿Cómo entra en tu trabajo la relación con las grandes distancias de los viajes –tan presentes en tu vida y en tu poesía– y el pueblo natal, al que nunca renunciás?
—¿Te acordás de aquella frase tan citada, que la propia infancia es la patria para cada uno de nosotros? Bueno, así.

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