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viernes, 26 de septiembre de 2014

Jeymer Gamboa: el azar, la intuición, el caos.

por Anaclara Pugliese

Jeymer Gamboa es uno de los poetas reunidos en 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI, la antología que publica este año el Festival. Si bien nació en San José (Costa Rica, 1980) actualmente vive en Argentina, donde se desempeña como periodista y realizador audiovisual. Ha dirigido varios documentales y cortometrajes experimentales, entre los que destacan Rastros (2010), Marino de tierra (2010) y De cómo mirar una ventana con ladrillos (2008), y en poesía, publicó Días ordinarios (Pre-textos, 2011)  y Nuestra película de las vacaciones (Ediciones Liliputienses, 2014).





¿Cuál consideras que es tu ars poetica? ¿Hay algún texto tuyo o ajeno que la defina?

No tengo claro cuál es mi ars poetica. En realidad, como ya dijeron otros, uno escribe un poema para tratar de entender qué es un poema. En lo que hago a veces hay intentos de reflexionar sobre el método de escritura: “lo que siento es lo que observo”, “imponerse límites en lo que se dice o se hace”.  Son algunos ejemplos. Pero son tanteos, premisas dudosas, que no siempre funcionan para formular una poética.
En textos ajenos, más que definiciones sobre la poesía, lo que busco es consuelo, frases que le quiten peso o impaciencia al que escribe. Me gusta una de Mario Levrero, en El discurso vacío es más significativa, pero igual la repito por las mañanas: “Espero que hoy no suceda nada importante para escribir”.


 —¿Se hace presente la ciudad o el lugar donde vivís en tu poesía? 

Muchas veces comienzo a escribir en los lugares de espera. En la fila para un trámite o los viajes en bus. También camino mucho por el barrio y tomo apuntes sobre ciertos estados de ánimo que sugieren esos trayectos. En ese sentido, al principio, lo que hay es una pre-escritura, es decir, un impulso por dibujar, por hacer croquis, garabatos y tachones. Después surgen descripciones. Colores, objetos, ropas, muebles. Anoto fragmentos de conversaciones. Hago listas. Mezclo citas de libros con direcciones. Escribo sobre el clima, la luz y el paisaje. Son observaciones con cierta carga de ingenuidad. Pero eso, además de ser una de mis limitaciones, es algo que me interesa. Me gusta lo que propone el asombro o la mirada inexperta. Le da un poco de misterio a lo evidente, a lo ordinario. Luego sucede algo parecido a lo que hacen los detectives en los policiales: regreso de la calle con un montón de indicios inconexos que surgieron del azar, la intuición, el vagabundeo, el caos. Paso anotaciones en limpio y pruebo vínculos entre ellas. El texto empieza mostrar signos vitales, respira. Y sugiere cosas, sobre todo dificultades, dudas.

—¿De quiénes de tus contemporáneos te sentís más próximo? ¿Y entre las generaciones anteriores, con quién tenés más afinidad estética?

Lo que puedo mencionar son preferencias de lectura. Hay libros de poetas cercanos a mi generación que me interesan, pero no necesariamente para establecer rasgos en común con lo que escribo.
Estoy pendiente sobre todo de los libros que han publicado algunas editoriales independientes: Vox, Zindo & Gafuri, Gog & Magog, Blatt & Ríos, Liliputienses, Kriller 71, Germinal, Perro Azul, La calabaza del diablo, De a poco, Mansalva, Huesos de Jibia, Stanton, Eloísa Cartonera, entre otras. También rastreo los materiales que publican algunos sitios en Internet como la revista Transtierros y la revista Poesía Argentina.

Con respecto a generaciones anteriores, siempre estoy releyendo a poetas latinoamericanos que en sus textos proponen riesgos y procedimientos de escritura que para mí siguen siendo reveladores. Tengo una lista: Darío Canton, Joaquín Gianuzzi, Leónidas Lamborghini, Ricardo Zelarayán, Alfredo Veiravé, Ricardo Carreira, Jorge Aulicinio, Alberto Girri, Héctor Viel Temperley, Arnaldo Calveyra, Susana Thénon , Juana Bignozzi y Diana Bellesi (Argentina);  Idea Vilariño, Circe Maia y Marosa di Giorgio (Uruguay); Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán, Claudio Bertoni, Enrique Lihn y Jorge Teiller (Chile); José Watanabe, Carlos Germán Belli, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Carmen Ollé y Antonio Cisneros (Perú); Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal (Nicaragua); Rogelio Nogueras (Cuba); José Emilio Pacheco (México); Joao Cabral,  Carlos Drumond de Andrade, Paulo Leminsky, Ferreira Gullar (Brasil), entre otros. Y de España: Leopoldo María Panero y Francisco Ferrer Lerín.



¿Cuáles creés que son los cambios más visibles en la poesía última?

En la última década los cambios más bien se han dado en los formatos de circulación. Con los usos de Internet,  se han ampliado los medios de publicación y difusión.
En lo que se refiere a las formas, los procedimientos o los gestos vanguardistas, y haciendo algunas excepciones, no logro percibir un cambio evidente o significativo. Tal vez porque lo que se ha escrito todavía es muy cercano.
Una propuesta que a mí parecer irrumpe en el panorama literario reciente son los Cuadernos de Legua y Literatura del poeta bahiense Mario Ortiz. También me interesa la propuesta El hombrecito, un proyecto de spoken word que llevan a cabo en República Dominicana, junto con otros colaboradores, Frank Báez y Homero Pumarol.



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