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sábado, 27 de septiembre de 2014

Mario Ortiz: la emoción del movimiento

Por Natalia Romero

Y entonces llega Mario Ortiz a la Biblioteca Argentina Juan Álvarez con el bolso en mano, directo de la terminal. “No tuve tiempo de pasar por el hotel, nena, me vine directo. Lo único que quiero es un mate”.
Tengo el termo en la mochila. Son las 9.50  y a las 10 arranca el taller de Programa y escritura que está a cargo de Mario, invitado especial del Festival, quien saluda a cada uno de los que llegan como si ya lo conociera y lo invita a acercarse: “Siéntense por acá, vengan, vengan”.
Nos reunimos todos cerca de la mesita que sostiene la pequeña computadora de Conectar igualdad que trajo Mario porque dice que hace poco  aprendió a usar el Power Point y que entonces nos va a proyectar unas cositas.

Microclima
Para contar una experiencia con Mario es necesaria cierta velocidad. Como ponerse al mismo ritmo que él le imprime a su disposición del mundo y seguirlo así, seguirlo con la palabra.
Casi sola en la sala de estar del hostel donde me hospedo, almuerzo y escribo y pedí con cierta vergüenza pero con amabilidad que bajaran un poco esa música (casi rap) que sonaba por los parlantes (tengo que escuchar unos audios, mentí). Pero es muy necesario evitar el sonido externo para volver al ritmo de la cadencia de Mario, como una especie de microclima.
Una de las primeras cosas que dispara Mario esta mañana es la siguiente: “Me interesa que pensemos, para cada uno, qué resulta provechoso para lo que estamos escribiendo”. De ahí surge la idea de programa y de estructura. Pero antes aclara, “yo estoy acá para transmitir mi propia experiencia, mi experiencia como ejemplo y no como doctrina”. Quiere dejar en claro que cada uno va a armar su propio programa, producto de las preguntas que va a formular y de las respuestas que va a encontrar. Por eso acude a la cita de Sartre: “Si tengo un problema y voy al médico o al cura, ya estoy haciendo una elección de la respuesta”.
Cada uno tiene sus marcos de referencia, sus bordes, su suelo.
Entonces vamos a pensar a la escritura en términos de programa, un programa que, si bien es un proceso que puede parecer puramente mental, se trata de un programa de la acción, como se encarga Mario de aclarar.


Algo personal
Mi relación con Mario Ortiz comenzó en la Escuela Normal Superior Vicente Fatone, de Bahía Blanca, donde yo era alumna. Mario llegaba al aula apurado, siempre con un ritmo acelerado en esas piernas altas y flaquísimas y sus lentes “culo de botella”, que se saca y se pone según la importancia de lo que vaya a anunciar.
Yo lo miraba con admiración. Era libre. Terminaba la clase y se sentaba sobre el escritorio, en la punta más próxima a la luz de la ventana, y agarraba algún libro de hojas ya amarillas que traía en su bolso. Lo abría y durante unos segundos repasaba las letras, acercaba la página del libro a su cuerpo. Era uno solo él con el libro. Y entonces leía un poema. Pero su lectura era más que eso, era como una performance de un poeta --no puede ser otra cosa, un poeta. Se mecía sobre la mesa al compás de los versos que compartía (en general siempre se trataba de poetas extranjeros, o esos son los que más recuerdo, porque Mario pronunciaba con especial énfasis los nombres propios que aparecían. Les daba brillo con su tono).
En esa época yo escribía notas en mis cuadernos que guardaba como diarios, o como agendas, o como lo que eran, cuadernos de notas, sin saber de qué se trataba eso hasta que esa insistencia de Mario en hacer surgir poesía de las cosas me acercó al universo poético.

Programa
Y entonces volvemos a la Biblioteca Argentina. Mario continúa: “Las preguntas que tenemos que formularnos son: ¿qué es lo que pensamos de la poesía?, ¿cuáles son los programas que encuentro?, ¿armo un programa nuevo o retomo los programas ya instalados?, ¿y en ese caso, de qué época?
Mario entiende por programa el armado de un recorrido. Tender una ruta epistemológica de la propia escritura. Para graficar lo que nos comparte cita a Lakatos en referencia a las reglas metodológicas en un programa científico.
Pero, ¿qué relación puede haber entre la ciencia y el poema? Lo que nos quiere decir, me animo a reformular, es que en la escritura hay una estructura. Seamos conscientes, o no, de ella. Se trata de elecciones. Entonces escribir, es también investigar.
Y claro, la idea de programa es más dinámica que la idea de poética, señala Mario.
Entonces habrá heurísticas negativas y también positivas que irán dando cauce a nuestra escritura. Y Mario cita a dos poetas potentes y muy significativos: Francis Ponge y Vladimir Maiakovski. Nos expone su programa y su proceso creativo, dando lugar a que cada uno de nosotros, que estamos ahí escuchando, vayamos armando nuestro croquis de programa, nuestro lente con el que miramos el mundo.
Mario hace hincapié en algo sencillo pero no por eso menos importante. Algo que está presente en toda teoría literaria (o en su mayoría) pero que muchas veces olvidamos: el extrañamiento.
Y cada cosa que nos cuenta es una visión del mundo.
Como el yuyito que desprendió flores amarillas en una tarde de invierno seco en las calles del barrio Villa Mitre o como un cartel oxidado en una medianera oculta que dice “Foto y revelado”, y Mario fotografía, y descubre ahí otra revelación, otra foto, algo nuevo, algo que antes no estaba.
La gracia del poeta es descubrir algo que no estaba. Es darnos del mundo un sentido nuevo. La raíz de la palabra emoción --dice Mario-- viene del latín, emotio, que significa movimiento.
Como ese impulso que lo mueve constantemente, que no lo deja quieto. 



Mario Ortiz en Rosario, ca. 2003. Fotografía de Giselle Marino.

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