«Dime que todo te llega bien, sin problemas» nos
escribe Jordi Doce (Gijón,
España, 1967)
recostado en la cama de su hotel bonaerense, agotado después de un día de largas caminatas. Antes de tomar el avión, anotó en su blog Perros en la playa (quizás desde la notebook que permanece cerrada en la foto que nos envía de su escritorio), informando a sus lectores: «La semana próxima, la última de septiembre, viajo por vez primera a Argentina. (...) No tengo el cool ni el talento del gran Donald Fagen, pero intentaré al menos que pasemos un buen rato». Y les hace, además, un pedido: «Deseadme buen viaje».
recostado en la cama de su hotel bonaerense, agotado después de un día de largas caminatas. Antes de tomar el avión, anotó en su blog Perros en la playa (quizás desde la notebook que permanece cerrada en la foto que nos envía de su escritorio), informando a sus lectores: «La semana próxima, la última de septiembre, viajo por vez primera a Argentina. (...) No tengo el cool ni el talento del gran Donald Fagen, pero intentaré al menos que pasemos un buen rato». Y les hace, además, un pedido: «Deseadme buen viaje».
—¿Qué
lectura (texto, película, música) o experiencia te llevó a escribir poesía?
¿Qué gatilló el poema? ¿Qué edad tenías? ¿Provenías de un ambiente
familiarizado con la poesía o la literatura?
—Tuve la suerte de criarme en una familia lectora, sensible
a la cultura, a los estímulos de la música y las artes visuales, aunque la
poesía no estaba en su horizonte. Descubrí la poesía tarde, a los diecinueve o
veinte años, como consecuencia de mi interés por el cuento corto y las
ficciones breves de Borges, Cortázar, Calvino… Esa evolución lectora me abocó
al poema, pero el chispazo, curiosamente, lo produjo un poeta muy alejado,
digamos, de los prosistas algo “intelectualistas” a los que había leído hasta
entonces: el español Blas de Otero; sus libros Ángel fieramente humano y Redoble
de conciencia fueron literalmente un deslumbramiento. Otro detonante, poco
después, fue la lectura en inglés de Seamus Heaney y Ted Hughes.
—¿Cómo
es tu proceso de escritura? ¿Tenés un método, un horario, un lugar? ¿Te
acompañás con lecturas?
—Sólo empiezo a escribir cuando tengo un verso, una frase,
una música, algo a lo que agarrarme para empezar. Pero trato de sentarme cuando
sé que tengo tiempo por delante, cuando no hay nada que pueda cortar o molestar
la “visita”. Suelo escribir con música. Y las lecturas me acompañan al
comienzo, son una forma de subir un poco la temperatura verbal, de entrar en
ese estado de concentración tranquila o de tranquilidad concentrada que necesito
para escribir. Tardo siempre un poco en “elegir” los libros; al fin y al cabo,
hacen o deben hacer de espíritus tutelares.
—¿Quién,
de entre los invitados del Festival, te gustaría que te lea? ¿Cómo es tu
relación con el Festival?
—Conozco bien y admiro más la obra de Diana Bellessi, Mirta
Rosenberg y Raúl Zurita. No sé si quiero que lean mis poemas, pues lo único
seguro es que no los encontrarían muy interesantes. Uno teme no estar a la
altura de la gente a la que pone muy arriba.
Del Festival sólo tengo referencias de terceros, de poetas y
amigos que han estado en ediciones previas: todas muy buenas. Así que vengo con
ilusión y con ganas de aprender. Los organizadores del Festival, con Martín
Prieto en primer lugar, han sido muy generosos al renovar año tras año una
invitación a la que hasta ahora no he podido hacer justicia.
Fotografía de Luis Burgos
—¿Contra
qué o contra quién escribís? ¿Qué autor de la contemporaneidad te parece
sobrevaluado?
—No escribo contra nada ni contra nadie, la verdad. La escritura
es siempre un acto de vida, de afirmación vital, una entrega de lo (que, a
nuestro juicio, es) mejor de nosotros mismos. Así que, pensándolo mejor, quizá
sí escriba contra: contra mi
estupidez, mi ceguera, la versión menor o más baja de mí mismo.
—¿Cuál
fue "el" momento poético que hayas vivido en las últimas horas?
—No existen “momentos poéticos” fuera de la escritura; es la
palabra la que convierte algo en “poético”, si es que lo poético se puede
definir, identificar o aislar. ¿Momentos que podrían despertar el poema o
entrar en él? Sólo el tiempo lo dirá…
—¿Qué
libro o autor contemporáneo recomendarías?
—Cualquiera de los poetas a los que he traducido, de Ted
Hughes a John Burnside, de Geoffrey Hill a Charles Simic. Y en español: José
Ángel Valente, Antonio Gamoneda, David Huerta, Raúl Zurita, Circe Maia. Un
libro reciente: La bicicleta del panadero,
de Juan Carlos Mestre.
—¿Qué
es lo que más te sorprendió encontrar al buscar tu nombre en Google?
—Como he sido un entrevistado muy obediente hasta ahora, me
vas a permitir que me salte (por una vez) esta pregunta.
—Borges
propone en un ensayo titulado “Las versiones homéricas” que una traducción
nunca puede ser inferior a su original, porque en la literatura no existen más
que “versiones”, borradores: un texto definitivo sólo puede ser
concebible desde la religión. ¿Cómo pensás vos la traducción de poesía, a
propósito del taller de traducción de poesía contemporánea que vas a dictar en
el Festival?
—El asunto de la traducción es demasiado vasto para
resumirlo en unas cuantas líneas. Lo que me gustaría destacar o recordar no
sólo en el taller sino en las mesas redondas de Córdoba y Buenas Aires son dos
ideas básicas (dos puntos de partida, al menos para mí). La primera: la
dimensión dramática de la traducción, el ejercicio de identificación o empatía
que exige del traductor; en este sentido, me inclino cada vez más por la
palabra “intérprete”, que engloba o reúne los sentidos de “traducción” y
“actuación”, y que necesita de aquella “capacidad negativa” de la que hablaba
Keats, la capacidad para renunciar momentáneamente al propio yo y “ser” o
recrear el poeta al que se traduce.
La segunda: si el texto (poema, relato o novela) es energía
verbal formalizada, y si, como sabemos, la energía no se crea ni se destruye, sólo
se transforma, entonces la traducción es precisamente aquel proceso que
garantiza la conservación de la energía, del texto, al procurar su
transformación. Elias Canetti definió al escritor con una hermosa expresión:
“custodio de la metamorfosis”. Creo que es un sintagma igualmente apropiado
para referirnos a la figura del traductor. Un texto se renueva y se prolonga al
ser traducido; cambia una y otra vez para ser –una y otra vez– el mismo.
Algunos poemas inéditos recientes, en el blog de Jordi:
Más sobre Jordi Doce en: A media voz
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