Espacio laberíntico, onírico, con recovecos por doquier. Recorrer la Plataforma Lavardén, cargada de versos que transforman el aire, es una experiencia de esas en las que uno se olvida que el tiempo está transcurriendo.
Entro al ropero mágico, sigilosamente. Aunque advertida de qué había allí, no sabía con qué iba a encontrarme. Miro la escena, no quise interrumpir. El clima que allí se respiraba era casi irreal. Flotaba una atmósfera espesa. Espesa, espesa, otra dimensión. Quise sentarme contra la pared y me di cuenta que estaba apoyándome contra una pila interminable de libros. Libros hasta el techo, libros en las mesas, libros flotando. La luz tenue y un cuadro de “Medusa” me sugirieron que otra fuerza podría llegar a estar sosteniendo la pila de libros.
En ese cuadro está Fernando Callero, con sus pantalones ajustados, sus rulos crecidos, sus anteojos, y su ser. “Si querés decir la frase en inglés, no pongas «cerebral universal mix », mejor poné «cerébral univérsal mix », sugiere Callero en esta “gomería” literaria, donde “reparan tu poema en 5 minutos”. La autora del poema lo mira con atención, avalando su corrección. “La poesía tiene musicalidad, no es lo mismo «no seas tan cruel » que «no seas tan cruél » (no busques más pretextos)”.
Fernando toma lápiz y goma, es un maestro artesanal.
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