Fotografías de Micaela Pertuzzo.
Son las cinco de la tarde de un viernes nublado. Está por empezar una de las actividades del XXI Festival Internacional
de Poesía de Rosario. Se trata de la reunión, en la biblioteca Estrada, de los talleres
literarios desarrollados en los centros municipales de distrito de la ciudad. Es una
reunión especial porque compartiendo la tarde con los talleristas estará
Carola Brantome, poeta nicaragüense invitada al festival; además habrá un recital a cargo de la cantante
rosarina Irene Cervera.
Ahora Irene se encuentra con su
grupo probando sonido. Las sillas del público aún algo vacías, se irán ocupando
al pasar un rato. Se acercarán señoras de arreglados cabellos - algunas de más
de sesenta, alguna de más de setenta
también-, unas personas más de mediana edad, una joven. Ronda por el aire algún comentario sobre el
incómodo diseño de la programación del
Festival. Carola Brantome, mientras, charla
con los coordinadores de los talleres y toma café. “El café ahí es obligatorio, yo paso bebiendo
café todo el día” dirá más tarde entre risas cuando aclare que ése es su
segundo café del día, pero que ella en Metagalpa –zona cafetera de Nicaragua donde vive– acostumbra tomar cinco tazas en un día.
Comienza. “Queremos empezar a
caminar de otra manera que es mirándonos un poco más” dice Federico Tinivella, director de Cultura y
Educación del Distrito Oeste, en relación con las metas propuestas para el
trabajo con los talleres de los distritos en el próximo tiempo. Habla de
promover más encuentros como éste e
invita a público presente al festejo del cincuenta aniversario de la Estrada dentro de
dos días, donde también habrá lectura de los talleristas.
Carola Brantome, sentada en la
mesa junto a Federico Tinivella, dice
estar - y así se muestra- muy a gusto en este encuentro en la biblioteca de
barrio Echesortu. “Debiéramos de andar así los poetas, vas a este barrio, vas a
este otro.” “A mí no me gusta que me metan en un hotel”, comienza diciendo. Es la primera vez que
Carola está en Rosario y exhibe una actitud atenta hacia el paisaje de la
ciudad que la va rodeando. Al llegar se la vio, por ejemplo, parada con su
pequeña figura frente al gran edificio
bordó de la biblioteca, tomar desde la esquina fotos a uno y otro lado.
Carola recorre esta tarde “poemas
audibles” –así les llama– de sus cuatro libros: Más serio que un semáforo (1995), Marea convocada (1999), Si yo fuera una organillera (2003), Postales en ciudades de arena (2011) y de
su reciente fanzine La vida en un tweet. Pero
además de leer sus textos, se muestra interesada en compartir con sus oyentes la
visión que tiene sobre los talleres literarios y el lugar que éstos ocupan actualmente
en su país. “El taller lo que hace es juntarte, darle comunidad a tu trabajo.” ”Necesitas
leer, compartir lecturas.” “El taller te ayuda, te fortalece, te orienta.” ”Ayuda
a perder esa soberbia que podemos tener sobre el texto escrito.” En relación con Nicaragua, dice que allá actualmente “no tiene el prestigio que tiene
acá el tallerismo” y agrega que el auge de los talleres en su país fue en los
años 80, durante la revolución sandinista.
Carola conversa luego sobre la
tarea de escribir. Busca mostrar lo que para ella es el revés de la trama de una
escritura literaria. El proceso que en un taller deja de ser privado para pasar
a ser objeto de discusión; y, el texto, espacio
de corrección y ajuste. “Yo tengo una motivación”, dice, y a continuación agrega
que lejos de ser algo excepcional esa motivación “es la misma que tienen los
señores para recoger naranjas, para cultivar café.” Pero enfatiza,”es un
trabajo, no es solamente que te motive algo.” “Es mentira que el poeta es
alguien extraordinario, es alguien que tiene un trabajo y que hace un oficio.” A
partir de su experiencia personal Carola acercará también consejos a los
talleristas que inician una relación con la escritura. “Escriban. Y cuando no
escriban, lean. Y cuando no lean ni escriban, vivan.” “Prueben estilos, hoy voy
a escribir grandilocuente, hoy voy a escribir sencillito.”
Las palabras de Carola interpelan
a los oyentes que con sus singulares recorridos, muestran variadas inquietudes:
“¿Cómo llegan los intelectuales a las clases populares?” pregunta una
mujer de unos sesenta años que dice hay
un prejuicio acerca de que a la gente de barrio “no nos gusta la buena
literatura, ni la buena música”. Otra señora, de unos setenta años, pide a
Carola un poema suyo para enviarle a su nieta que está empezando a leer. Un
hombre de unos sesenta pregunta por la realidad cultural nicaragüense, sobre la
que dice sentirse lejano y desinformado después de la revolución sandinista.
Otro hombre, rondando los treinta, locutor de un programa de radio en el que a
veces lee poesía, se preocupa y pregunta por las posibilidades de publicación
de alguien que comienza a escribir.
Con estos intercambios se va
cerrando la charla y los músicos se preparan para tocar. El público conversa un
poco mientras espera. A pasitos cortos y arrastrados empuja la puerta de vidrio
del salón una pareja viejitos que avanza
y, abriéndose paso entre sillas, se acomoda para
escuchar la música. Carola también conversa y, sin abandonar su costumbre centroamericana, toma el
-algo retrasado- tercer café del día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario