Breve escena de la clínica de poesía, que se desarrolló a la mañana, durante los días del Festival en la Biblioteca Argentina.
por Anaclara Pugliese
por Anaclara Pugliese
Carola Brantome y Diana Bellessi en la lectura final del XXI Festival. Fotografìa de Guillermo Borella.
Las dos manos se mueven en el aire. Buscan el ritmo del poema. Lo
intuyen apenas. Las yemas de los dedos pulsan suaves castañuelas invisibles.
Parecen querer desprenderse del papel definitivamente. Diana
Bellessi lee con el vaivén de su voz de cantora de coplas en la Sala
infantil y pedagógica de la Biblioteca Argentina, donde se desarrolla la Clínica de Poesía del Festival.
—Bueno querido Esteban ¿te sirve de algo esto que te estamos marcando o
te sentís horrible?
—Las dos cosas —responde Esteban y todos nos reímos.
—Este poema me gusta porque tiene muy pocos elementos, tiene dos o tres
cositas, está hecho casi con nada.
Una mujer vestida con una campera de hilo de un rosa estridente cuchichea que el poema podría ser “tranquilamente un cuento corto,
tranquilamente”.
—A mí me gustan los poemas narrativos —continúa Diana—, que cuentan un
cuentito, porque la poesía también es el arte de narrar, sólo que la poesía
narra de otra manera. Que alguien lea este poema con una voz simple, por favor,
porque se ponen nerviosos y leen para el culo. ¿De qué se ríen? ¿De que dije
culo? Soy bruta, ¿no?
Empieza a leer una chica con voz simple. Cuando termina, Diana pide que
comenten el poema.
—El poema está adentro, no está en lo que decís —le dice a Esteban Carola
Brantome, con un acento nicaragüense que amontona un poco las sílabas.
—Pero no entiendo lo que decís.
Otros tampoco entendieron.
—No te lo puedo explicar —y mirándolo a los ojos como queriendo
hurgarle adentro—: vos sabés lo que te estoy diciendo, vos sabés.
—¿Qué más ven en este poema?—coordina Diana.
—Para mí el segundo verso hay que sacarlo—de nuevo, Carola.
—Pero ese es el verso que más me gusta.
—Y bueno, ¡justamente por eso lo tenés que sacar! —afirma mirándonos a
todos como si se tratara de una obviedad.
—Carola es el oráculo de Delfos —superpone Diana, sobre las risas de
todos—. Bueno, ahora no se va nadie, porque vamos a leer unos poemas de
Francisco Madariaga. Acá tenemos el micrófono ¿Quién quiere leer?
—Yo —dice la chica de voz natural, y se va sentando con Diana, delante
del micrófono. Intentan prenderlo, pero no funciona.
—Si no lo leo en voz alta y listo.
—El micrófono es para que se muevan las
piedritas que están debajo de este cemento y las nubes del cielo —responde
Diana, y mientras va moviendo los dedos como piedritas. Las manos como nubes.
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