por Anaclara Pugliese
Mauro Lo Coco (Villa Santa Rita, Buenos Aires,1973) responde, quizás, inquieto: nunca dio notas, como muchos de los poetas que entrevistamos, aunque sí participó en varios festivales. Cuando le preguntamos a Callero quién, de entre los invitados al Festival, le gustaría que lo leyera, él no dudó: "Lo Coco". Mauro nos envía una foto tomada desde su
balcón, donde sale a fumar mientras escribe y "a mirar, a pelearme con las palomas", y un retrato suyo que parece
insinuar lo que su apellido esconde entre cortes y repeticiones silábicas.
—¿Qué lectura (texto, película, música) o experiencia te llevó a
escribir poesía? ¿Qué gatilló el poema? ¿Qué edad tenías? ¿Provenías de un
ambiente familiarizado con la poesía o la literatura?
—A los 25 años estaba haciendo trámites para el Ministerio de Salud.
Esperaba el colectivo 37 en Corrientes y Callao. Un hombre nos avisó que habían
iniciado un paro. Me metí entonces en la librería Plus Ultra y compré Casa de la mente, de Alberto Girri, en
una mesa de saldos. La edición no prometía gran cosa pero el libro me cambió la
vida. En casa había una buena biblioteca, aunque no se leía tanto. Mi padre
confiaba en que íbamos a progresar gracias a la lectura e intentó obligarme a esa
práctica de muchas maneras. Fracasó en todas. Yo quería ser jugador de fútbol y
leía El Gráfico.
— ¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Tenés un método, un horario, un
lugar? ¿Te acompañás con lecturas?
—Mi proceso se organiza según la etapa de la obra que esté transitando.
Inicialmente es exploración: ahí mi escritura es arbitraria y huidiza, no hay
plan. Suele aparecer en los tiempos muertos entre las clases (doy muchas,
demasiadas). También en los transportes que uso para ir de universidad a
universidad. Me gusta estar en tránsito y cuando estoy en viaje surgen
borradores que escribo en cualquier papel. En esta etapa tengo mis manías: no
me gustan los cuadernos, escribo hojas sueltas y de diferentes tamaños.
Llega una momento en que todos esos papeles se acumulan y empiezo a ver
que hay unos cuantos que tienen algún denominador común, un eje, un lugar de
convergencia. Generalmente es entonces cuando aparece la primera intuición de la
obra, cosificada en algún tipo de motivo, que suele ser una frase. Ahí tengo el
ADN de la obra. De ahí saco líneas de fuga hacia todas las direcciones que
puedo. Considero la música y las imágenes visuales que merodean. Muchas
provienen de lo que escuché y lo que vi en los viajes mientras escribía, aunque
incorporo algunos materiales más que mi archivo e internet prestan
generosamente. Suelo integrar también algunas lecturas. Especialmente me gusta
investigar en enciclopedias, y en libros técnicos y religiosos. El buceo y la
acumulación de materiales son acompañados de un poco más de producción durante
esta etapa.
Luego hay un tercer movimiento que consiste en el armado del mono de la
obra. Voy editando la obra empezando a probar un orden tentativo para lo que ya
está escrito, así como voy marcando los huecos entre poemas en los que falta
alguno, y anoto incluso qué tipo de texto es el que podría ir ahí. Eso me lleva
a tener un borrador con andamios y otras prótesis provisorias.
Finalmente, vivo unos meses con el boceto a cuestas, arreglando poemas
que ya están y usando esquirlas y esquejes para completar los huecos. De a poco
voy quitando las guías y se consolida lo definitivo, previa prueba de leerlo
mucho en voz alta y de probarlos mucho en vozme.com , una herramienta que amo.
—¿Quién, de entre los invitados del festival, te gustaría que te lea?
¿Cómo es tu relación con el festival?
—Sería caprichoso elegir alguno, aunque debo admitir que tengo debilidad
por Sebastián Bianchi. Es un escritor que admiro, que he leído con sumo placer y
disposición para aprender. No tengo una relación directa con el festival,
aunque estoy al tanto de lo que pasa porque siempre hay algún amigo que lee
ahí. El año pasado asistí a algunas lecturas y estuve en la Feria de
Editoriales.
—¿Contra qué o contra quién escribís? ¿Qué autor de la
contemporaneidad te parece sobrevaluado?
Quizás escribo contra el tiempo, aunque igual ya sabemos que va a ganar.
No soy agonístico, no escribo contra nadie. Habrá autores u obras que seguramente
no me interesan. Carezco de ganas de combatir, no es una fuerza que alimente mi
escritura ni ninguna actividad que realice en general. Vivo un poco ajeno al
campo literario y me cuesta, con toda sinceridad, identificar un autor que me
parezca sobrevaluado. No tengo claros los parámetros de valoración de nuestro
ámbito y no estoy en situación de evaluar algo así. A veces tengo la
impresión de que cierta crítica valora más la novedad temática, retórica y
estilística que la consistencia y la sensibilidad de una obra. Sin embargo,
sería una intrepidez de mi parte también asegurarlo, porque estoy opinando
sobre un tema del que conozco muy poco.
—¿Cuál fue "el" momento poético que hayas vivido en las
últimas horas?
—Una señora se presentó en el aula en la que estaba tomando examen.
Aseguró haber sido mi alumna hacía unos años. Me dijo que había hecho lo que yo
le había encomendado, que era encerrarse durante una semana con Charles S. Peirce.
Aseguró que antes lo consultó con los ángeles, y que ellos le recomendaron lo
mismo. Me dijo que sabía dónde desayunaba yo y que cuando tuviera novedades me
buscaba ahí para contármelas. Espero.
—¿Qué libro o autor contemporáneo recomendarías?
—Siempre insisto con toda la obra de Patricio Grinberg,
especialmente VHS. Me parece
interesante también el trabajo de Aníbal Cristobo: Krill tiene más de 10 años, pero es un libro importante para la
poesía argentina. Mayorías de Uno, de Nicolás Pinkus me gusta mucho. Hace poco me sorprendí con Soltería de Santiago Castellano. Es una obra extraña, de una música
increíble. Gracias, de Pablo
Katchadjian es una novela para poetas. La
última de Aira, de Ariel Idez, también, me hizo reír un rato largo. TEs recomendable cualquier
cosa que hagan Roberta Iannamico, Sebastián Bianchi y Carlos Battilana.
Actualmente estoy leyendo Comunidad
Impropia, de Esteban Dipaola. Hay gente joven como Cecilia Eraso, que tiene poemas que me interesan mucho. Es difícil elegir uno.
—¿Qué es lo que más te sorprendió encontrar al buscar tu nombre en
Google?
—Hay una pizzería en Nueva York que tiene mi nombre. En Mercado Libre
venden un libro mío a 100 mangos. Hay alumnos que me dejan mensajes en páginas
que tienen poemas míos pero que yo no administro, así que nadie les va a contestar. En una página mexicana un
señor me acusa de degradar a la poesía argentina.
—Según Raúl Zurita la poesía es “el vislumbre del paraíso”, pero éste
nunca se revela, nunca se muestra del todo. En tu poesía el paraíso se
vislumbra cada vez más cerca del hombre, las ventanas que dan al paraíso son
exacerbadamente cotidianas, pienso sobre todo en De 18 éxitos para el
verano, en los poemas “no te entiendo pero te entiendo”, “el ruido de
la heladera, ese verano”, “los juanetes le duelen a Elsa”. ¿Se trata de un
nuevo paraíso o de una nueva forma de vislumbrarlo?
—Comparto la idea de la poesía como vislumbre. No sé si lo que se alcanza
a intuir es el paraíso. Me encantaría creer que es así. Soy más afecto a creer
que más allá se insinúa la falta. Ver la fisura y rozar ese destino mudo te
devuelve hacia el mundo, que se recupera así como horizonte, ya como
fatalidad. En ese tránsito entre aventurarse en la fuga y regresar sin nada hay
un momento de respiración. Entonces, cargamos las cosas y nos arropamos para
seguir. Fundamos nuestra inocencia de nuevo. Esta forma de vislumbrar es lo
único que permite soportar lo real, lo que nos toca.
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Círculo de Poesía
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