por Milena Bertolino
Reglas –muchas–, escuadra, rodillos, prensa, martillo, pliegos, lupa, pintura, pinceles. Curiosos escrutamos la
cocina de Funesiana que Lucas Oliveira (Buenos Aires, 1978) nos muestra en su
foto y nos preguntamos qué escritos serán su amasijo por estos días. Lucas, además
de editor es también poeta y desde estos dos oficios se mueve a empujones contra
una realidad que atestigua: el peligro de que pongan, “de un momento a otro”, “la poesía junto a los peloteros en los Mc Donalds"
—¿Qué lectura (texto, película, música) o experiencia te llevó a escribir poesía? ¿Qué gatilló el poema? ¿Qué edad tenías? ¿Provenías de un ambiente familiarizado con la poesía o la literatura?
—¿Qué lectura (texto, película, música) o experiencia te llevó a escribir poesía? ¿Qué gatilló el poema? ¿Qué edad tenías? ¿Provenías de un ambiente familiarizado con la poesía o la literatura?
—Empecé a escribir poesía en una
especie de gesto bromista que buscaba reírse de la solemnidad de los poetas que
conocía por entonces. Siempre había escrito narrativa; cuentos, cuentitos,
relatos, relatitos. Nada muy espectacular, todo muy por la superficie, gritando
las palabras, con un mínimo gusto por la ortografía pero ni siquiera consciente
de la estética, el sonido de las palabras ni la lectura de poetas de cierta
trayectoria. Hasta que viajé a Chile por primera vez. Valparaíso. Volví con una
nociva fiebre por “publicar” y saqué algo que venía escribiendo en cuadernitos:
“Poesía para Gerentes”.
En mi familia no se promovía la
literatura aunque sí el estudio y una cierta familiaridad con los libros. Lo
que logré con mi primer libro de poemas fue el “despertar” de una parte de mi
escritura que me hizo madurar todo lo que había escrito antes. Y me acercó a
muchos libros, muchos autores. Entendí a los poetas chilenos que había conocido
y que no tenían absolutamente nada de solemnes. No creo que haya habido algo
puntual que me llevó a escribir poesía aunque sí creo en la complejidad de
algunos sistemas que provocan consecuencias indescriptibles a simple vista.
—¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Tenés un método, un horario, un
lugar? ¿Te acompañás con lecturas?
—No tengo un proceso homologado
pero sí hay algo que me sucede últimamente. Para mí Internet ha sido bisagra en
mi vida. Me abracé a la causa, lo cual me trajo problemas y algunas soluciones.
Escribir para mí es algo muy vital, sin lo cual desfallecería redondamente.
Pero no así publicar. Sin embargo, desde Internet para acá, la palabra “publicar”
se ha complejizado bastante por lo que mi proceso sería más o menos siempre el
mismo: aparece una idea, la transcribo a mano, la paso a la computadora
(corrijo de ser necesario), dejo pasar el tiempo, vuelvo a corregir, pienso en
qué lugar de todos mis espacios de publicación puede ir, dejo macerar la idea,
pasa el tiempo, vuelvo al texto para una corrección final y publico; puede ser
Twitter, Facebook, blog personal o un archivo en el que se acumulan diversos
textos con una misma “tonalidad” que puedo llamar “proyecto de libro”. Para que
un texto que pienso llegue a un libro tiene que sortear todas esas barreras
antes. Hay un escalafón: si sale en Twitter, es una pelotudez, si sale en
Facebook es una reflexión pelotuda que requiere de una argumentación, si
necesito opinar utilizo el blog pero si encuentro que la idea, mi propuesta
estética literaria o el sonido de las palabras que resuenan en el texto carecen
de temporalidad, de atadura con la coyuntura, se escapan de mi rutinaria vida
cotidiana y creo que pueden llamarle la atención a mis parientes y/o amigos
escritores, entonces (sólo entonces) creo que estoy frente a un texto para
publicar en un libro.
TODO pero TODO lo que escribo lo
publico, de alguna manera. Para llegar a la instancia “libro” debe pasar muchos
de los filtros que me autoimpongo. La mayoría de lo que hago no pasa del nivel
2; el 98% podría decir. O podría decir; el 70% de las cosas que escribo salen
en Twitter. Pero hay un 2% que tiene chances de ser macerado, regado con
tiempo, con cuidado, como si fuera un bonsai, corregido, aromatizado,
desguazado y vuelto a armar con dedicación, con fineza y con pragmatismo. Mi
segundo libro de poemas (Pura sangre busca
establo) me tomó
tres años de obsesión por el cantito, el sentido, la cadencia, los cortes, las
bajadas. En ese sentido, me ayuda mucho
la lectura en voz alta. Se produce un cantito, una sonoridad, un tatatá, tatá, tatá, tararara, pimpím, papun,
cazun propio, música que busco sentir en el cuerpo. También busco
similitudes con algunas obras musicales que me conmuevan y me esfuerzo por
buscar que suenen parecidos pero casi siempre me estrello contra el sentido de
lo que dice el poema, el cuentito, la historietita. Hay ratos que creo que esa
música es mucho más importante que el contenido. Que en el pasado, cuando los
cavernícolas se reunían alrededor del fuego, a escuchar al viejo contar las
historias que contaba, de lugares pretéritos o experiencias inentendibles, lo
hacían por la música de su voz, el tatatá, tatá, tatá, tararara, pimpím, papun,
cazun de las cuerdas vocales del viejo chocando contra el viento.
—¿Quién, de entre los invitados del festival, te gustaría que te lea?
¿Cómo es tu relación con el festival?
—Me gusta descubrir a esos que se
animan a criticarte, a contrastar con tu opinión. Me gusta el disenso. Me caen
mejor los lectores atentos, activos. Esos lectores a los que una frase les caga
el día o los pone histéricos. Ese tipo de lector es el que me encanta. Te puedo
decir que solo conozco a Morfes y Alemián pero el resto no sé si se detendrían
a leer mis textos con esa dedicación. Es muy probable que no sepan que existe
una cosa así como “mi poesía”. De hecho, no sé si Seba o Manu han leído mis
textos con esa dedicación. O, siquiera, si los han leído. Quién me lee, en
realidad, no me importa mucho. Más me importa lo que surge recién después de
que me han leído y se han acercado a criticarme o festejarme. Lo que aparezca
en la charla.
Recibo la invitación del festival
desde hace muchos años. Llevo las novedades anuales de mi pequeña editorial a
la feria de libros que cada año se está haciendo más y más interesante. No solo
para los editores que viajamos desde distintos puntos de Argentina sino también
para los rosarinos que se acercan. Hemos logrado llamar la atención a las
personas que vienen de otras ciudades cercanas a Rosario y así se ha ampliado
el público. Todos los años me resulta una apuesta grande estar en el Festival. Cada
cosa que ha surgido del encuentro con lectores, y otros autores, en el marco de
la Feria ha sido llevado al campo de lo real por lo que para mí el Festival es
una usina de ideas, de discusión; el perfecto espacio donde caer con dudas y
ganas de aprehender nuevos poetas.
—¿Contra qué o contra quién escribís? ¿Qué autor de la
contemporaneidad te parece sobrevaluado?
—Cada cosa que publico la limpio de
menciones personas particulares, no me gusta dirigirme a un individuo aunque sí
me atrae discutir con lo que algunas personas representan (o creo que
representan). Escribo contra los vagos, contra la solemnidad, la ignorancia,
contra las iglesias, contra instituciones que no se renuevan, contra los que
malgastan recursos comunes. He descubierto que a veces conviene escribir a
favor para que quien reciba la mención se agrande, crezca, se reproduzca y
opaque a eso que me molesta. Por ejemplo, le daría un enorme espacio a las
huertas informales en plena ciudad de Rosario en lugar de hablar de la enorme
cantidad de edificios de más de 5 pisos que se están construyendo hace un par
de años desencadenando una triste realidad ambiental en esa hermosa ciudad.
Estrategia.
Pero no esquivo el bulto. Cuando
llega el momento de escribir contra algo lo hago aunque requiera de mucha
energía. Es por eso mismo que antes de “pelear” contra algo chequeo que mi
tanque se encuentre lleno.
¿Sobrevaluado? ¿Sobrevaluado,
decís porque vende miles y miles de ejemplares o está invitado a un programa de
televisión a opinar sobre cualquier cosa que suceda desde “Ángeles” hasta “los
fondos buitre” pasando por la influencia de Juanele en la construcción de un
fotolog? ¿Sobrevaluado en el sentido de que por culpa de esa sobrevaloración ha
conseguido… no sé… dejar de trabajar para dedicarse a escribir cuando podría
dejar ese espacio para otro poeta que sí merece la pena ser tenido en…?
No, realmente, no entiendo quién
podría estar sobrevaluado. Los poetas están subvalorados. En algunas ciudades
todavía es “algo que hacen las mujeres para pasar el rato”. En Buenos Aires es
“el lugar en el que se esconden los hippies para no trabajar” o “perder el
tiempo”. Sobrevalorar sería darle importancia desmedida. En todos los lugares a
los que voy parece que de un momento a otro van a poner a la poesía junto a los
peloteros en los Mc Donalds.
Los poetas no ganan ni en cuasimonedas, por lo tanto decirle
sobrevalorado a un poeta porque le hacen dos notitas de mierda (las cuales los
periodistas o los jefes de esos redactores escriben mal) o le pagan un sueldo
de 3000 pesos por mes me parece una exageración. Una exageración que puede
llegar a explicar un cierto estado de situación que sufre aquella persona
dedicada a encontrar grietas en cada uno de los estadios de la construcción de
un ser humano.
La valoración realmente importante
la dan los lectores especializados, los críticos literarios, varios agentes
culturales de distintas gobernaciones a través de políticas culturales, la
academia literaria de diversas instituciones educativas de nivel universitario
y hasta la coyuntura política y socioeconómica. TODOS al mismo tiempo operan
para que un autor sea valorado. Con tantos actores sociales poniéndose de
acuerdo para valorar a un autor sería de una redonda estupidez decir un nombre
cualquiera.
Sí me parece atinado seguir
leyendo distintos autores nuevos cuando uno en particular ya no nos representa.
Está. Por algún lado está. Hay que trabajar para conseguir ese pedazo de
literatura que nos conforme (o nos provoque). Ser lector requiere trabajo. Quien
crea lo contrario está viendo errado.
—¿Cuál fue "el" momento poético que hayas vivido en las
últimas horas?
—Mi hijo tiene 3 meses y medio y
vengo volando arriba de una nube de adrenalina y emoción desde una semana antes
de que Simón nazca. La fuerza, creatividad y entereza que demostró Carolina
para llevar adelante los últimos días del embarazo más estos meses de “colecho
con el amor” me han embriagado de un enamoramiento enfermizo y obsesivamente
epifánico. Me toma en cada momento desde hace más de tres meses. Supongo que
será la falta de sueño. Imagino que en algún momento se me va a pasar. Ya
veremos.
—¿Qué libro o autor contemporáneo recomendarías?
—Todos los que el dinero de tu
bolsillo te alcance a comprar. Pero no creas; hay autores que se animan al
trueque. Sí o sí recomiendo leer. Mucho. Y varias veces lo mismo, por las
dudas.
—¿Qué es lo que más te sorprendió encontrar al buscar tu nombre en
Google?
—Que hay un fotógrafo en Brasil que
hace unas fotos de mierda y tiene participación en mil redes sociales. Por
suerte solo está en sitios donde se habla portugués. Y que es joven también es
una especie de esperanza; la juventud es una enfermedad que dura poco tiempo.
—A partir de tu tarea como editor de Funesiana. ¿Cómo
ves el fenómeno de profusión de editoriales independientes que publican poesía
en Argentina en los últimos años? ¿Qué horizontes y desafíos creés que plantea?
—Me parece un hermoso fenómeno. Creo que no hay tantas como
me gustaría aunque ya hay más de las que instituciones anquilosadas y patoteras
pueden contar. Eso es un gran movimiento. Me alegra más que nada porque lo real
es que no duran muchos años. Aparecen y desaparecen en dos o tres años, como
mucho. Creo que el desafío está en permitirle a un editor chiquito poder
continuar todo lo que quiera, dentro de un marco sensato, en el que haya una
circulación de recursos que permita a estas pequeñas editoriales ser un puente
entre unos escritores y unos lectores. Tampoco habría que obviar la cuestión
comercial y financiera: los libros se imprimen con dinero y recursos naturales.
Muchas editoriales queremos que eso cambie: que se incluyan en la ecuación los
recursos humanos, la noción de medio ambiente, que se favorezca la
bibliodiversidad y no se construyan monopolios que tarde o temprano digitan
comportamientos de lectura y venta de productos chatarra.
Pero es medio una utopía. El primer desafío creo que sería
lograr ser tomados en serio: editores y autores de pequeños proyectos
editoriales. Y que se cree un espacio de reflexión y contemplación para que
todo aquel interesado pueda comprender los diversos objetivos que tienen los
diversos proyectos editoriales. Porque no todos queremos “vender”. No todos
queremos tener oficinas o empleados. Otros queremos otras cosas.
El blog de Lucas.
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