Fandermole en la noche inaugural del XXII Festival de Poesía. Foto de Oscar Bermeo.
Porque alguien, en la Aduana o quién sabe dónde, borró los rasgos gráficos originales del apellido de su abuelo y lo tradujo según su oído, el holandés Van der Mole devino el litoraleño Fandermole. El nombre, apretado en su vieja cáscara extranjera, se fue amoldando al paisaje de la canción rosarina. Su sonido, como ciertas palabras, es a esta altura un ambiente, una atmósfera; incluso se redujo más aún y es casi una contraseña: “Fander”, que el mismo Jorge Fandermole usó para titular un nuevo disco doble –después de una pausa de 9 años luego de publicar Pequeños mundos–, que presentó el sábado 9 de agosto pasado en el teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque de España. Este jueves, luego del Homenaje a Juan José Saer con que se iniciará el XXII Festival de Poesía, Fandermole subirá al escenario del teatro de Plataforma Lavardén (Sarmiento y Mendoza) a las 21, para hacer su Concierto Fluvial.
En una conversación sostenida hace un tiempo, con motivo de la salida de su nuevo disco, Fandermole nos contaba algunas cosas sobre su oficio con la música y la palabra.
—¿Cómo pensás
la relación entre la letra y la música, o la letra y la poesía?
—Mi viejo, que cantaba tangos, es el que de alguna forma me asignó
o me habilitó la voz cantante. Él cantaba y yo cantaba, incluso cantaba sin
saber exactamente lo que estaba cantando, porque era muy chico. A lo mejor a
los cuatro o cinco años cantaba cosas cuyo significado no conocía. Hace años,
en la Isla de los Inventos, hicimos el legado musical a nuestros hijos y yo
retomé una canción que era de las primeras que mi viejo me enseñó, “La Calesita”,
de (Mariano) Mores y Cátulo Castillo, pero en aquél entonces era como si la
cantara en catalán, porque una parte la entendía y otra no. Entendía: “Llora la
calesita en la esquinita sombría y hace sangrar las cosas que fueron rosas un
día” y, claro, una parte de la imagen a mí se me escapaba: “las cosas que
fueron rosas un día”. Yo lo decía por su musicalidad y, por otro lado,
“sombría” no sabía exactamente qué quería decir, pero yo la cantaba. Y está
bueno porque esas cosas se fijan en la canción y después uno puede volver sobre
eso.
—La canción sería entonces eso de poder apropiarse de algo que no entendemos del todo, ni sabemos bien qué es.
—Claro, porque es una de esas cosas que se van olvidando y se van
retomando. Porque después yo me olvidé de que cantaba “La calesita”. Y cada vez
que la recordaba me acordaba distinto, porque tenía una visión diferente de lo
que decía.
—Y ese cantar, ¿no tiene que ver con el idioma? O sea, es una voz
que canta pero en un idioma muy particular, que no es necesariamente el
español. ¿Una voz del litoral, del Río de la Plata?
—No, yo creo que a la
canción hay que pensarla en una especie de lenguaje múltiple. Por supuesto que
en la sensibilidad de uno está la lengua materna y hay como una especie de pico
importante, pero a nivel de lo que provoca sensiblemente, no sé por qué, pero
hay un sistema intuitivo vehiculizado en la canción. Cuando con un rudimentario
inglés uno escucha a Sting o a Peter Gabriel, o a cualquiera de esas voces que
tienen una carga especial, la canción llega y después uno a lo mejor se toma el
trabajo de traducirla. Pero golpea igual, porque hay una fuerza especial en la
voz cantante, en la voz que más toma la palabra, no la cotidiana, sino una
extra-diaria, digamos, y a mí me parece que esa voz cantante es la que obliga a
otro tipo de atención. La canción es un gran movilizador de sensibilidades, creo
que es un género poderoso, capaz de llevar a una comunidad el lenguaje poético
y dejar que el lenguaje poético ingrese o atraviese la lengua cotidiana, porque
la gente no se encuentra con la poesía por los libros, se la encuentra en la
letra de las canciones. Digo que la principal causa de que alguien cante un
verso es a través de la canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario