Por Natalia Romero
Y entonces llega Mario Ortiz a la Biblioteca Argentina Juan Álvarez con el bolso en mano, directo de la terminal. “No tuve tiempo de pasar por el hotel, nena, me vine directo. Lo único que quiero es un mate”.
Y entonces llega Mario Ortiz a la Biblioteca Argentina Juan Álvarez con el bolso en mano, directo de la terminal. “No tuve tiempo de pasar por el hotel, nena, me vine directo. Lo único que quiero es un mate”.
Tengo el termo en la mochila. Son las 9.50 y a las 10
arranca el taller de Programa y escritura que está a cargo de Mario, invitado
especial del Festival, quien saluda a cada uno de los que llegan como si ya lo
conociera y lo invita a acercarse: “Siéntense por acá, vengan, vengan”.
Nos reunimos todos cerca de la mesita que sostiene la
pequeña computadora de Conectar igualdad
que trajo Mario porque dice que hace poco
aprendió a usar el Power Point y que entonces nos va a proyectar unas
cositas.
Microclima
Para contar una experiencia con Mario es necesaria cierta
velocidad. Como ponerse al mismo ritmo que él le imprime a su disposición del
mundo y seguirlo así, seguirlo con la palabra.
Casi sola en la sala de estar del hostel donde me
hospedo, almuerzo y escribo y pedí con cierta vergüenza pero con
amabilidad que bajaran un poco esa
música (casi rap) que sonaba por los parlantes (tengo que escuchar unos audios,
mentí). Pero es muy necesario evitar el sonido externo para volver al ritmo de
la cadencia de Mario, como una especie de microclima.
Una de las primeras cosas que dispara Mario esta mañana es
la siguiente: “Me interesa que pensemos, para cada uno, qué resulta provechoso
para lo que estamos escribiendo”. De ahí surge la idea de programa y de
estructura. Pero antes aclara, “yo estoy acá para transmitir mi propia
experiencia, mi experiencia como ejemplo y no como doctrina”. Quiere dejar en
claro que cada uno va a armar su propio programa, producto de las preguntas que
va a formular y de las respuestas que va a encontrar. Por eso acude a la cita de Sartre: “Si tengo un problema y voy al médico o al cura, ya estoy haciendo
una elección de la respuesta”.
Cada uno tiene sus marcos de referencia, sus bordes, su
suelo.
Entonces vamos a pensar a la escritura en términos de
programa, un programa que, si bien es un proceso que puede parecer puramente
mental, se trata de un programa de la acción, como se encarga Mario de aclarar.
Mi relación con Mario Ortiz comenzó en la Escuela Normal Superior Vicente Fatone, de Bahía Blanca, donde yo era alumna.
Mario llegaba al aula apurado, siempre con un ritmo acelerado en esas piernas
altas y flaquísimas y sus lentes “culo de botella”, que se saca y se pone según
la importancia de lo que vaya a anunciar.
Yo lo miraba con admiración. Era libre. Terminaba la
clase y se sentaba sobre el escritorio, en la punta más próxima a la luz de la
ventana, y agarraba algún libro de hojas ya amarillas que traía en su bolso. Lo
abría y durante unos segundos repasaba las letras, acercaba la página del libro
a su cuerpo. Era uno solo él con el libro. Y entonces leía un poema. Pero
su lectura era más que eso, era como una performance de un poeta --no puede
ser otra cosa, un poeta. Se mecía sobre la mesa al
compás de los versos que compartía (en general siempre se trataba de poetas
extranjeros, o esos son los que más recuerdo, porque Mario pronunciaba con
especial énfasis los nombres propios que aparecían. Les daba brillo con su tono).
En esa época yo escribía notas en mis cuadernos que guardaba
como diarios, o como agendas, o como lo que eran, cuadernos de notas, sin saber
de qué se trataba eso hasta que esa insistencia de Mario en hacer surgir poesía
de las cosas me acercó al universo poético.
Programa
Y entonces volvemos a la Biblioteca Argentina. Mario continúa: “Las preguntas que tenemos que formularnos son: ¿qué es lo que pensamos de la poesía?, ¿cuáles son los programas que encuentro?, ¿armo un programa nuevo o retomo los programas ya instalados?, ¿y en ese caso, de qué época?
Mario entiende por programa el armado de un recorrido.
Tender una ruta epistemológica de la propia escritura. Para graficar lo que nos
comparte cita a Lakatos en referencia a las reglas metodológicas en un programa
científico.
Pero, ¿qué relación puede haber entre la ciencia y el poema? Lo
que nos quiere decir, me animo a reformular, es que en la escritura hay
una estructura. Seamos conscientes, o no, de ella. Se trata de elecciones.
Entonces escribir, es también investigar.
Y claro, la idea de programa es más dinámica que la idea de
poética, señala Mario.
Entonces habrá heurísticas negativas y también positivas que
irán dando cauce a nuestra escritura. Y Mario cita a dos poetas potentes y muy
significativos: Francis Ponge y Vladimir Maiakovski. Nos expone su programa y
su proceso creativo, dando lugar a que cada uno de nosotros, que estamos ahí
escuchando, vayamos armando nuestro croquis de programa, nuestro lente con el
que miramos el mundo.
Mario hace hincapié en algo sencillo pero no por eso menos
importante. Algo que está presente en toda teoría literaria (o en su mayoría)
pero que muchas veces olvidamos: el extrañamiento.
Y cada cosa que nos cuenta es una visión del
mundo.
Como el yuyito que desprendió flores amarillas en una tarde
de invierno seco en las calles del barrio Villa Mitre o como un cartel oxidado
en una medianera oculta que dice “Foto y revelado”, y Mario fotografía, y
descubre ahí otra revelación, otra foto, algo nuevo, algo que antes no estaba.
La gracia del poeta es descubrir algo que no estaba. Es
darnos del mundo un sentido nuevo. La raíz de la palabra
emoción --dice Mario-- viene del latín, emotio, que
significa movimiento.
Como ese impulso que lo mueve constantemente, que no lo deja
quieto.
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