por Anaclara Pugliese
Jeymer Gamboa es uno de los poetas reunidos en 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI, la antología que publica este año el Festival. Si bien nació en San José (Costa Rica, 1980) actualmente vive en Argentina, donde se desempeña como periodista y realizador audiovisual. Ha dirigido varios documentales y cortometrajes experimentales, entre los que destacan Rastros (2010), Marino de tierra (2010) y De cómo mirar una ventana con ladrillos (2008), y en poesía, publicó Días ordinarios (Pre-textos, 2011) y Nuestra película de las vacaciones (Ediciones Liliputienses, 2014).
Jeymer Gamboa es uno de los poetas reunidos en 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI, la antología que publica este año el Festival. Si bien nació en San José (Costa Rica, 1980) actualmente vive en Argentina, donde se desempeña como periodista y realizador audiovisual. Ha dirigido varios documentales y cortometrajes experimentales, entre los que destacan Rastros (2010), Marino de tierra (2010) y De cómo mirar una ventana con ladrillos (2008), y en poesía, publicó Días ordinarios (Pre-textos, 2011) y Nuestra película de las vacaciones (Ediciones Liliputienses, 2014).
—¿Cuál consideras que es tu ars
poetica? ¿Hay algún texto tuyo o ajeno que la defina?
No tengo
claro cuál es mi ars poetica. En realidad, como ya dijeron otros, uno escribe
un poema para tratar de entender qué es un poema. En lo que hago a veces hay
intentos de reflexionar sobre el método de escritura: “lo que siento es lo que
observo”, “imponerse límites en lo que se dice o se hace”. Son algunos ejemplos. Pero son tanteos,
premisas dudosas, que no siempre funcionan para formular una poética.
En textos
ajenos, más que definiciones sobre la poesía, lo que busco es consuelo, frases
que le quiten peso o impaciencia al que escribe. Me gusta una de Mario Levrero,
en El discurso vacío es más
significativa, pero igual la repito por las mañanas: “Espero que hoy no suceda
nada importante para escribir”.
—¿Se hace presente la ciudad o el lugar
donde vivís en tu poesía?
Muchas veces
comienzo a escribir en los lugares de espera. En la fila para un trámite o los
viajes en bus. También camino mucho por el barrio y tomo apuntes sobre ciertos
estados de ánimo que sugieren esos trayectos. En ese sentido, al principio, lo
que hay es una pre-escritura, es decir, un impulso por dibujar, por hacer
croquis, garabatos y tachones. Después surgen descripciones. Colores, objetos,
ropas, muebles. Anoto fragmentos de conversaciones. Hago listas. Mezclo citas
de libros con direcciones. Escribo sobre el clima, la luz y el paisaje. Son
observaciones con cierta carga de ingenuidad. Pero eso, además de ser una de
mis limitaciones, es algo que me interesa. Me gusta lo que propone el asombro o
la mirada inexperta. Le da un poco de misterio a lo evidente, a lo ordinario.
Luego sucede algo parecido a lo que hacen los detectives en los policiales:
regreso de la calle con un montón de indicios inconexos que surgieron del azar,
la intuición, el vagabundeo, el caos. Paso anotaciones en limpio y pruebo
vínculos entre ellas. El texto empieza mostrar signos vitales, respira. Y
sugiere cosas, sobre todo dificultades, dudas.
—¿De quiénes de tus contemporáneos te
sentís más próximo? ¿Y entre las generaciones anteriores, con quién tenés más
afinidad estética?
Lo que puedo
mencionar son preferencias de lectura. Hay libros de poetas cercanos a mi
generación que me interesan, pero no necesariamente para establecer rasgos en
común con lo que escribo.
Estoy
pendiente sobre todo de los libros que han publicado algunas editoriales
independientes: Vox, Zindo &
Gafuri, Gog & Magog, Blatt
& Ríos, Liliputienses,
Kriller 71, Germinal, Perro Azul, La calabaza del diablo, De a poco, Mansalva,
Huesos de Jibia, Stanton, Eloísa Cartonera, entre otras. También rastreo los
materiales que publican algunos sitios en Internet como la revista Transtierros y la
revista Poesía Argentina.
Con respecto a generaciones anteriores, siempre estoy
releyendo a poetas latinoamericanos que en sus textos proponen riesgos y
procedimientos de escritura que para mí siguen siendo reveladores. Tengo una
lista: Darío Canton, Joaquín Gianuzzi, Leónidas Lamborghini, Ricardo Zelarayán,
Alfredo Veiravé, Ricardo Carreira, Jorge Aulicinio, Alberto Girri, Héctor Viel
Temperley, Arnaldo Calveyra, Susana Thénon , Juana Bignozzi y Diana Bellesi
(Argentina); Idea Vilariño, Circe Maia y
Marosa di Giorgio (Uruguay); Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Gonzalo Millán,
Claudio Bertoni, Enrique Lihn y Jorge Teiller (Chile); José Watanabe, Carlos
Germán Belli, Jorge Eduardo Eielson, Blanca Varela, Carmen Ollé y Antonio
Cisneros (Perú); Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal (Nicaragua); Rogelio
Nogueras (Cuba); José Emilio Pacheco (México); Joao Cabral, Carlos Drumond de Andrade, Paulo Leminsky,
Ferreira Gullar (Brasil), entre otros. Y de España: Leopoldo María Panero y
Francisco Ferrer Lerín.
—¿Cuáles creés que son los cambios más visibles en la poesía última?
En la última década los cambios
más bien se han dado en los formatos de circulación. Con los usos de
Internet, se han ampliado los medios de
publicación y difusión.
En lo que se refiere a las formas, los procedimientos
o los gestos vanguardistas, y haciendo algunas excepciones, no logro percibir
un cambio evidente o significativo. Tal vez porque lo que se ha escrito todavía
es muy cercano.
Una propuesta que a mí parecer irrumpe en el panorama
literario reciente son los Cuadernos de Legua y Literatura del poeta bahiense
Mario Ortiz. También me interesa la propuesta El hombrecito, un
proyecto de spoken word que llevan a cabo en República Dominicana, junto con
otros colaboradores, Frank Báez y Homero Pumarol.
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