Por Natalia Romero
Mario Ortiz nació en Bahía Blanca el 28 de diciembre de 1965. Es poeta, docente e investigador (constante). Hoy reside en lo que él llama la República de Villa Mitre.
Mario Ortiz nació en Bahía Blanca el 28 de diciembre de 1965. Es poeta, docente e investigador (constante). Hoy reside en lo que él llama la República de Villa Mitre.
—¿Cuál considerás que es tu ars poetica? ¿Hay algún texto tuyo o ajeno
que la defina?
—Fue
cambiando a lo largo del tiempo, y eso se materializó en los sucesos volúmenes
de los “Cuadernos de lengua y
literatura”, como me gusta definir los libros que voy editando. En el inicio
del volumen VI enuncié una serie de principios que definen lo que estoy
escribiendo en estos momentos:
1.
Existen las
cosas.
2. Existen las palabras.
3. Las palabras son cosas.
4. Las cosas son cosas.
5. Existen las flores que abren sus pétalos a la
noche. Están cerca del gallinero.
6. Las flores son cosas y son palabras.
7. Abren sus pétalos.
Se pronuncian.
8. Están bajo las
estrellas, que también son cosas y son palabras, y brillan y se pronuncian.
9. La poesía parte de una
función, pero no en primera instancia
como lo entiende Jakobson (función
poética) sino en un sentido que se aproxima al de Hjelmslev para la
lingüística: "Decimos que hay función entre una clase y sus componentes
(una cadena y sus partes, o un paradigma y sus miembros) entre sí. A los
terminales de una función los llamaremos funtivos, entendiendo por funtivo un objeto que tiene función con
otros objetos. De él se dice que contrae función". Lo crucial en Hjelmslev es que
el término función alude al sentido etimológico, pero también al lógico
matemático: una entidad tiene dependencia con otra entidad.
10. Las flores y las
estrellas copulan en la misma oración. Luego del punto, se pueden cerrar los
ojos y sólo queda el aroma.
—¿Cómo aparece la ciudad o el lugar donde vivís en tu poesía?
—La ciudad donde habito es una presencia inevitable en lo que escribo. Es objeto de indagación, de memorias compartidas; es mi espacio, el lugar donde objetos y palabras se encuentran en funciones variables e imprevistas. Es el lugar donde nací, donde seguramente van a quedar mis restos junto al de otros bahienses. “Patria” deriva del latín: es la tierra donde están los padres.
—¿De quiénes de tus contemporáneos te sentís más próximo? Y¿ de las generaciones anteriores? ¿Cuáles creés que son los cambios más visibles en la poesía última?
—Me siento
muy próximo de mis amigos poetas con los que crecí: con Marcelo Díaz, con
Sergio Raimondi, Luis Sagasti, Daniel G. Helder, Omar Chauvié, y tantos otros.
Con respecto a las generaciones anteriores,
tengo una fuerte deuda de gratitud y enseñanza con Arturo Carrera y Leónidas Lamborghini.
Con respecto a la poesía última, tengo la
impresión de que se ha producido un verdadero estallido de la palabra en el que
resulta difícil encontrar escuelas o tendencias estéticas bien delimitadas y
enfrentadas como en décadas anteriores. Me parece que es un momento en el que
libremente cada cual experimenta su propio registro sin producir tampoco rupturas
generacionales o “muertes simbólicas”. Más bien, resulta claro que en
muchísimos jóvenes hay un diálogo productivo con los más grandes que ellos. Eso
está buenísimo, ¿no?
Mario encontró este televisor en una calle del barrio de Villa Mitre en Bahía Blanca.
Pasó en bicicleta, lo vió, se dijo: "Cuando vuelva de dar clases, si sigue ahí me lo llevo".
Lo puso en el patio y empezó a mirar, eligiendo el ángulo, los tonos, la perspectiva. Así se generó la tapa de la edición de los Cuadernos de Lengua y Literatura que publicó Eterna Cadencia y que reúnen sus volúmenes V, VI y VII.
Así Mario extraña el mundo y vuelve a mirar todo otra vez.
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